Querer y no poder
Apenas pasados unos meses de la llegada a nuestro nuevo hogar en 2012, cuando se unió a la manada una yegua delgada, nerviosa e insegura. Venía de una hípica de rutas, en la que ya no podían usarla más porque había decidido dejar de comer. Curioso, ¿verdad?
Una de las mejores cosas que me llevé de la hípica en la que me críe, fueron las revisiones rutinarias del veterinario. Vale más prevenir que curar.
Así que, cuando me enteré de que esa yegua no era una potra, sino una señorita adulta y que su estado físico era porque había dejado de comer, decidimos llamar al veterinario.
Tras una revisión en la que no vio nada más que llagas, puntas y ganchos en su boca por falta de mantenimiento, nos dimos cuenta de que no había decidido dejar de comer, realmente no podía hacerlo por el dolor que esto le suponía cada vez que decidía masticar.
En poco tiempo esa yegüita a la que le llamábamos Pepi (de modo cariñoso, ya que no sabíamos su nombre), empezó a engordar, a relajarse, a cambiar de color y de expresión corporal y facial.
Pero seguía con su inseguridad. Pasó unos cuantos años con la cabezada puesta 24/7 porque no se dejaba coger. Por nuestra falta de conocimiento e ignorancia decidimos que esto era lo mejor, pero con el tiempo me di cuenta de que dejar una cabezada de cuadra puesta a un caballo que vive en estado de semi libertad puede llegar incluso a acabar con su vida. Así que, hace varios años que las cabezadas solo se ponen cuando hay necesidad de aguantar o guiar al caballo.
Con el tiempo nos enteramos de que su verdadero nombre es Akela (para nosotros siempre será Pepi), tiene la cola rota por varios puntos, ataxia, dolor tanto en el dorso como en la nuca por malas praxis que han debilitado su musculatura y sarcoides que cada vez se expanden más.
También nos hemos dado cuenta de que es una personaja saltarina, tiene miedo, pero a la vez es muy valiente, es cariñosa y respetuosa. Con unos recuerdos muy a flor de piel por el dolor, pero con ganas de aprender, mejorar y de no cargar más con ellos.

Lo que el tiempo y un clic pueden llegar a cambiar
Con el trabajo en equipo junto a los veterinarios, los quiroprácticos, podólogos y acupunturista hemos conseguido que físicamente se sienta mucho mejor. Pero emocionalmente los humanxs le han hecho tanto daño que aún a día de hoy no se fía del todo de nosotros.
Hubo una gran mejora en la relación Pepi-humanxs cuando se dio cuenta de que ya no queríamos nada de ella, no íbamos a utilizar nunca más su cuerpo para montar. Únicamente si a ella le apetecía íbamos a pasar tiempo de calidad acariciándola o acompañándola mientras pastaba junto a la manada.
Empezó a acercarse cada día más, pero nunca lo suficiente como para poder ponerle una cabezada si fuera necesario sin tener que perseguirle o acorralarle. Pero estas formas yo ya no las aceptaba, tenía que haber un modo de hacerlo de manera que ella cooperara y no le supusiera un mal trago cada vez que veía una cabezada.
Me centré en enseñarle el funcionamiento del refuerzo positivo con el cliquer.
¡Pepi alucinaba zanahorias! Y yo junto a ella.

Pasamos de tener que acorralarle cada vez que venía un profesional a tratarla para poder ponerle la cabezada, a que ella sola se la ponga sin presión, sin chantaje, solo con el cliquer.
Lo más importante es que la cabezada era un objeto que le desencadenaba un seguido de emociones negativas que activaban el sistema emocional de pánico (huida) y temía por su vida. Pero ahora tras muchos años y esfuerzo por su parte, simplemente activa el sistema emocional de búsqueda y de juego cuando ve la cabezada, ya que esta le aporta emociones y experiencias positivas.
Ni mil gracias serán suficientes para agradecértelo
Pepi ha sido la gran maestra de la sutileza y la paciencia.
Le agradezco de manera infinita sus ganas de estar bien y el esfuerzo que ha hecho, hace y hará toda la vida que le queda por delante por cuidarme, enseñarme y darme las herramientas y la habilidad que ahora tengo para poder ayudar a más caballos que sufren como lo ha hecho ella.
Una y mil veces más, gracias.
